Por esta pequeña calle que se encuentra entre la Casa de los Azulejos y el Edificio Guardiola, salían los carruajes de la Condesa del Valle de Orizaba, propietaria de la casa que hoy en día es la sucursal más antigua del Sanborns, en aquel entonces se le conocía como callejón de Dolores, y en él se mantiene vivo el atractivo intangible de una antigua leyenda.
Tal cual se lee en uno de los libros publicados por el cronista vitalicio de la Ciudad de México, Luis González Obregón, nos cuenta una de esas clásicas luchas que el individuo aún en el presente vive cotidianamente, en cualquier lugar de la ciudad, como por ejemplo en el metro a las horas pico.
Cuentan las consejas que cierta vez entraron por los extremos del callejón, dos hidalgos, cada uno en su coche, y que por la estrechez de la vía se encontraron frente a frente sin que ninguno quisiera retroceder, alegando que su nobleza se ajaría si cualquiera de los dos tomaba la retaguardia. Por fortuna, como asienta un grave autor, la sangre no llegó al arroyo ni mucho menos, y ni siquiera hirvió en las venas de los dos Quijotes; pero a falta de cuchilladas sobró paciencia a los hidalgos quienes se estuvieron en sus coches tres días de claro en claro y tres noches de turbio en turbio.
De no intervenir la autoridad, de seguro se momifican los hidalgos. El Virrey les previno, pues, que los dos coches retrocedieran hasta salir uno hacia la calle de San Andrés y otro hasta la Plazuela de Guardiola.
Buena crónica virreinal