A la izquierda de esta primera imagen podemos ver el Centro Cultural Casa Talavera y al fondo la Plaza de la Águilita, ahora imaginemos otro tiempo durante el Virreinato cuando esto era un callejón y en las noches prendían una gran hoguera donde danzaban nahuales, mientras todo aquel que se atrevía a cruzar por ahí, lo hacía como dicen, pasando de carrera y haciendo la señal de la cruz.
Así pues, aquel nombre en la que hoy por hoy conocemos como Tercera calle de Talavera no es porque antes vendieran artículos para danza, como se podría suponer, el origen de dicho nombre tiene un motivo más obscuro y tenebroso como lo explica la leyenda:
Esta calle, situada junto al primer mercado de La Merced, se le llamó por muchos años El Callejón de la Danza o la Cueva de los Nahuales; resulta que, a mediados del siglo XVIII, en la antigua Ciudad de México había una gran aversión y mucho miedo por pasar o acercarse a cierto callejón muy apartado de la traza de la noble y leal ciudad española, pues en este sitio sucedían cosas sobrenaturales que costaban la vida a los atrevidos.
Cuentan que en ese callejón tenían lugar unas danzas infernales, alrededor de una hoguera a mitad de la calle. La danza practicada por nahuales con gestos diabólicos, cubiertos con plumas, armaban una gritería que causaba terror en el vecindario, todos se encerraban a cal y canto, temblando en medio de la oscuridad de sus aposentos. Dicen que la situación se complicaba pues, estos espectros, entraban a las casas a robar niños y mujeres de mal y buen ver. ¡Qué llanto el de las madres y de los desgraciados que habían perdido a sus hermanas, esposas, hijas!
Los habitantes del barrio suplicaban protección y justicia. Pero, la protección y la justicia a los indios, desde entonces, fallaba a pesar de la insistencia y la súplica. El terror en ese callejón hacía más largas las noches…
El tiempo paso y un jovenazo de veinte años, miembro del cuerpo de arcabuceros del virrey, decidió investigar intrigado por la historia y por la advertencia que escuchó decir al párroco de la iglesia de la Santísima Trinidad: “¡Queridos hermanos, por nada del mundo se acerquen a esa callejuela, no será a Dios ni a sus discípulos a los que se encuentren a su paso, sino a sus maléficos enemigos!”
Impresionado don Simón de Esnaurrízar, nuestro valeroso joven, cierta noche se envolvió en su capote, colocándose dos pistolas al cinto, con el arcabuz en mano y sin encomendarse a Dios ni al Diablo, se fue al dicho callejón; para que su ánimo no flaqueara se echó dos alipuses entre pecho y espalda.
Cauteloso se deslizó por los muros de las casas contiguas al callejón, se acercó y vio que la danza estaba en su apogeo: hombres y mujeres en pelotas, pintarrajeados y con plumas pegadas a la piel gemían al tiempo que saltaban alrededor de la lumbre. El valiente Simón penetró de un salto en el centro del grotesco aquelarre y a uno le dio sendo arcabuzazo, aqueste otro le descerrajó un tiro y a otro más lo atravesó con su toledana. Y mientras daba su propia lucha con los presuntos hijos de Satanás, don Simón de Esnaurrízar arremetía con su palabra:
-¡A mí los arcabuceros del Virrey! ¡A mí los corchetes!
Y este don Simón, que contaba con buena fortuna, recibió la ayuda de los soldados de una ronda que acudió al callejón al escuchar sus gritos y no sólo eso, sino que los asustados vecinos del barrio enterándose que eso estaba lejos de un aquelarre, salieron prestos a brindar su puño y aguerrida ayuda contra los presuntos nahuales, quienes pronto ingresaron al calabozo del Santo Oficio.
Con la excitación que el enfrentamiento había provocado, decidieron efectuar un minucioso registro de las casuchas habitadas por estos zánganos. No falto quien denunciara que en tal casa fuera habitada por un malviviente. Y, al poco rato de husmear y buscar, se encontraron con los infelices niños desaparecidos y con las mujeres de buen y mal ver, que en realidad todas estaban de muy mal ver por lo enflaquecidas que se encontraban envueltas en sus harapos.
A los chamacos, se supo, los enseñaban a pedir limosna en las plazas. Las madres, los esposos y hermanos de los niños y mujeres ultrajados estaban felices de reencontrarse con la querencia familiar después de tanto tiempo de ausencia, angustia, temor, impotencia y, sobre todo, de lucubraciones en torno a presuntos nahuales y seres infernales.
Por tal motivo se debió que por muchos años esta calle que hoy es República del Salvador y Talavera, se le República del Salvador y Talavera, se le conoció como el callejón de la Danza.
Deja un comentario